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Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

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viernes, julio 07, 2017

Podría quedarse en su empresa aunque no soporte a su jefe

Ante un jefe que le amarga la vida, la primera opción es irse. Pero hay estrategias de reacción diferentes. Dreamstime

Cuando parecía comúnmente aceptado que la gente no se va de las compañías sino de sus jefes, hay quien dice ahora que un mando tóxico nos engancha al trabajo y hace que nos quedemos más tiempo.

Es un mantra aceptado por todo el mundo. La gente no se va de las empresas, sino de sus jefes. De los malos jefes.

Pero esta verdad universal podría tener alguna fisura. The Wall Street Journal citaba recientemente un estudio de la consultora Life Meets Work que presenta una conclusión sorprendente: "Quienes trabajan para un mando altamente tóxico -que mina la autoconfianza de sus empleados- tienden a estar mucho más enganchados a su trabajo que el resto de profesionales". El estudio va aún más allá. Sobre "irse de la empresa" por culpa de un superior nefasto, la investigación concluye que "estos empleados dirigidos por un jefe pésimo suelen estar una media de dos años más en sus puestos que aquellos que no reciben órdenes de un mando tóxico".

Parece de perogrullo que si nuestro superior nos hace la vida imposible, la primera decisión es irse.

En todo caso, la forma de reaccionar ante ese evidente problema laboral dependerá de cada situación y de los motivos. Pueden ser personales o profesionales. Quizá no cumplimos sus expectativas, o nos ve como una amenaza. Puede ser que le cuestionamos... Cada motivo necesita estrategias diferentes, y dependerán de cada persona.

Está la opción de fingir y comportarse lo mejor que se pueda, desde una pose de falsedad, disimulando y haciendo lo que le gusta a nuestro superior.

También cabe la resignación, asumiendo la situación como si no pasara nada, sobreviviendo mientras uno encuentra otro trabajo o cambia de departamento.

 Un jefe tóxico mina la autoconfianza y el crecimiento,
y eso activa el miedo a cambiar de trabajo


Juan San Andrés, consultor en organización y psicólogo, se refiere a la realidad que pueden vivir algunos profesionales mal pagados -o incluso maltratados- que les lleva a desarrollar unos vínculos de lealtad y unos niveles de productividad superiores al promedio. Se pregunta cómo se explica esto, y la respuesta es que "en un entorno en el que conseguir buenos empleos es difícil, si nuestro jefe es alguien difícil o tóxico, la mente funciona para reducir la disonancia que existe entre 'mi jefe es insoportable y sigo trabajando con él'. Dado que es mucho más fácil cambiar de ideas y actitudes que de trabajo, poco a poco vamos encontrando razones y sentimientos que explican por qué seguimos trabajando con esta persona. Podemos pensar que en realidad no es un mal tipo; que es duro, pero se aprende mucho con él; que la empresa merece la pena (esto es fácil de aplicar si se trata de una empresa conocida)".

Si nuestro jefe es del tipo de los que hace ver que no somos capaces de tomar decisiones, el miedo nos hará imposible cambiar de trabajo.

En este sentido Regino Quirós, socio director de Be-Up, entiende por jefe tóxico aquél que no nos da protagonismo, que ni refuerza ni permite crecer, o que es difícil en el trato por sus malas maneras.

El estudio de Life Meets Work es por tanto contrario a lo que siempre se ha pensado acerca de que la gente no se va de sus empresas sino de sus jefes, aunque Quirós puntualiza que quedarse más tiempo no implica ser más productivo: "Un jefe verdaderamente tóxico mina la autoconfianza y el crecimiento, y eso provoca el miedo a moverse y a cambiar de empresa o de trabajo. El profesional puede estar incómodo, pero no se irá por miedo".

Quirós añade que "sentirse cómodo en la empresa tiene que ver con que lo que uno hace tenga sentido, que se sienta integrado y reconocido. También está relacionado con tomar las riendas. Si el jefe es un obstáculo para esto, nos anula, y eso provoca un cierto estado de indefensión. El reto de buscar trabajo fuera se convierte así en algo inabordable".

Juan San Andrés se refiere a otro escenario: "Cuando el sueldo es bueno, las oportunidades y la empresa también, cuando en recursos humanos o en la dirección general están obsesionados con conseguir un premio de Best Place to Work y todo se concede, sorprende comprobar cuánta gente está insatisfecha en estos lugares".

San Andrés no cree que se saque más productividad, lealtad y compromiso mostrando estilos de dirección duros: "Somos responsables de crear entornos en los que las personas puedan dar lo mejor de ellas mismas y desarrollarse. Hay otros modos de conseguir que los profesionales se identifiquen con los proyectos y de ganarnos su lealtad, pero exigen un ejercicio de alto liderazgo . En comparación con ese nivel elevado, ser un jefe duro es facilísimo".

Exigencia o toxicidad... Hay una diferencia

¿Qué es realmente un jefe tóxico? Hasta del mando que nos agobia y nos presiona podemos sacar partido. Regino Quirós, socio director de Be-Up, explica que "no se debe confundir la toxicidad de un mal jefe con todo lo que supone un mando exigente. Estamos hablando de jefes que presionan y exigen, pero que son verdaderos líderes a pesar de todo. Exigen mucho y dejan a cada uno la responsabilidad de su propio desarrollo. La confianza que nos da ese mando hace que resulte menos tóxico de lo que parece a primera vista".
  • Que nuestro jefe esté demasiado pendiente de nosotros puede resultar más beneficioso que perjudicial para nuestra carrera. Lo primero que debemos determinar es hasta qué punto queremos promocionar en nuestra empresa. Algunos prefieren la tranquilidad de permanecer acomodado.
  • En todo caso, hay que plantearse cuál es nuestro grado de tolerancia a la presión, porque algunos aguantan y otros, no.
  • El problema puede estar en cómo se percibe la presión del superior. No se puede olvidar que ciertos profesionales necesitan que alguien esté pendiente de ellos, por falta de madurez técnica; o porque tener a alguien que le exige despierta una alerta profesional.
Tino Fernández

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